Animalia
El
momento tan esperado había llegado en el universo de Animalia. La reunión de
las almas de los animales que estaban por nacer en la Tierra había comenzado en
el instante en que el espíritu más anciano de la naturaleza depositó su cetro
de trueno en el centro del salón para anunciar que debía reinar el silencio
entre las ánimas que lo rodeaban.
Cada alma tenía permitido decidir, según el número de vacantes disponibles, qué animal encarnaría. Entre ellas, estaban las almas nuevas; esas chispas lumínicas recién salidas de la fuente, que nunca habían experimentado la vida en un cuerpo material. También estaban las almas más viejas, aquellas que ya tenían la experiencia de haber nacido en el reino animal del planeta Tierra.
A
las almas nuevas se les otorgaba la prioridad de elegir qué animal deseaban
encarnar, en base a la información que recibieran del Gran Espíritu.
Estaba
terminantemente prohibido que las almas más experimentadas comunicaran sus
vivencias a las novatas, pues ello incidiría en sus decisiones y limitaría las
experiencias necesarias para la evolución.
Las
almas nuevas chisporroteaban entusiasmadas como niños frente a una piñata de
golosinas mientras esperaban la comunicación del Gran Espíritu. Las más viejas,
por el contrario, mostraban cierta luz sombría de aceptación.
Cuando
la sala estuvo en absoluto silencio, luego del último chisporroteo ansioso, el
Gran Espíritu habló:
—Bienvenidas amadas ánimas de Animalia. Es ahora tiempo de enviarlas al planeta Tierra. Quienes ya han estado allí esperarán su turno para elegir, como siempre lo hacemos. En silencio, meditarán, mientras las nuevas chispas de vida reciben la información necesaria para que sus consciencias tomen la decisión adecuada a su estado evolutivo —dijo, acomodándose en su trono refulgente de conchas marinas, cuernos de marfil y centellas de viento. Los congregados continuaban escuchando con total atención.
—El reino animal del planeta Tierra está conformado por una enorme diversidad de especies y cada una de ellas tiene su valor único y fundamental en el ecosistema. Aunque no siempre ha sido así, deben saber que, en estas eras, el ser humano ha tomado el poder absoluto del planeta. El Homo sapiens evolucionó a tal escala, que se distanció del reino animal transformando su existencia en un reino absolutamente distinto, autoproclamándose dios de todas las especies y de todos los reinos de ese planeta.
Las almas nuevas
refulgían, ansiosas por hacer preguntas. El comprensivo Gran Espíritu hizo una
pausa para permitir que las pequeñas plantearan sus inquietudes.
—Poderoso y bien
amado —expresó
ingenuamente una de ellas—, ¿acaso se nos permitiría nacer como ese ser
humano? Parece fascinante.
Las almas nuevas brillaron encandiladas ante tal perspectiva.
—No —respondió, concluyente, el Gran Espíritu—. Nacer como humano no es permitido para ustedes, pequeños seres de Animalia. Primero deberán atravesar y conocer en profundidad todas las etapas del reino animal, al cual los humanos ya no pertenecen. Aprenderán del ser humano, y este de ustedes. Se requiere un salto cuántico para salir de este reino. Estoy hablando de eones de tiempo...
Otra de las
novatas, respetando el orden de las interrogantes que tintineaban en el salón,
emitió su pregunta:
—Magnánimo Gran
Espíritu, ¿qué animal nos conviene encarnar para estar más cerca de este
maravilloso ser humano?
Quedaba claro que el interés de las noveles ánimas, por los siglos de los siglos, siempre terminaba congregado en torno a los humanos.
—Debo advertirles algo antes de proseguir: No busquen en sus
elecciones el aprecio ajeno. Tomen la decisión en concordancia con el propio
ser.
Dicho esto, luego
de un silencio lleno de perplejidad, prosiguió.
—Perros y gatos,
durante siglos, han estado profundamente vinculados al ser humano. Aunque
amados, cierto es que le son inútiles y, en muchas ocasiones, resultan
abandonados. Estos animales han sido objeto de la ciencia humana que, mediante
cruces genéticos, ha desarrollado mutaciones adaptadas a gustos y necesidades
del Homo sapiens. Por este motivo, y por la domesticación urbana, están
sometidos a la desafortunada condición de depender de sus cuidados y de su amor
para sobrevivir.
Las vacas están
entre aquellos animales considerados más valiosos para el rey de la Tierra. De
estas nutre su estómago y aumenta su poder. Son tan apreciadas como los cerdos,
las gallinas, los pavos y varias especies de peces y moluscos, como las
langostas marinas y los camarones, que tienen un valor inmenso en su sistema
económico. Puedo decirles que, estos animales, son el motor de la economía
humana. También, aunque en menor medida, los conejos, las mulitas, los
carpinchos, que viven más sumidos en las profundidades de la madre naturaleza.
Los elefantes son animales imponentes, los verdaderos reyes de las selvas.
Algunos son capturados, llegando a tomar contacto con el ser humano, quien
valora inmensamente el blanco marfil de sus colmillos y la robustez de sus
enormes cuerpos. Por su fuerza y brío, son valorados también los toros y
admirados en espectáculos tradicionales. A veces, estos son convertidos en
bueyes de carga y asignados como colaboradores en diversas tareas que requieren
una poderosa musculatura. Los leones, en ocasiones, se convierten en los
trofeos más preciados para el ser humano. Los caballos domesticados se tornan
extensión de su cuerpo, unificándose con su voluntad. En ocasiones, llevan las
carretas en donde estos se desplazan, aunque las máquinas casi han extinguido
esta costumbre. Pero los caballos no dejan de ser criados y estimados por el
hombre, que premia y pondera a los más veloces. Los zorros viven en la naturaleza,
pero cuando el humano los encuentra, admira tanto su pelaje..., tanto que llega
a transformarlos en una segunda piel. También los venados que, además, se hacen
carne de su carne.
Los novatos
futuros animales escuchaban, embelesados, imaginando las muchas maneras de
acercarse al humano, ese ser infinitamente extraordinario, centro de tantas
proezas e historias. “Si no podemos nacer como humanos —decían algunos—, sería
maravilloso ser parte de ellos, como los caballos, los zorros y los venados”.
Todos comenzaron
a manifestar sus elecciones:
“Yo quiero ser venado y convertirme en segunda piel del Hombre”. “Yo quiero ser un gran toro”. “Yo quiero vivir como una vaca y colaborar con el ser humano en su economía”. “Yo quiero ser gallina y ofrendar muchos huevos a mi amado rey”. “Yo quiero ser caballo y aprender a ser uno con él”. “Yo quiero nacer como elefante; que el hombre se regocije en mis blancos colmillos de marfil y reinemos juntos las selvas” …
—Calma, queridos
hermanos —exhortó el Gran
Espíritu—, esperen
a que les relate las virtudes de los otros seres del reino animal, para que
puedan tomar sus decisiones con mayor profundidad y desde una mayor
consciencia.
A estas alturas, las nóveles ánimas ya casi no escuchaban. Con la tozuda obstinación de la decisión ya tomada, manifestaban, convencidas, sus opiniones. Aun así, el Gran Espíritu continuó su disertación:
—Las hormigas
están fuertemente arraigadas a la Tierra y la pueblan en su totalidad, con
distintas formas, colores y tamaños. En algunas zonas no toman contacto con los
humanos; en los hogares se convierten en seres indeseables, aunque gustan mucho
a los niños, quienes las llevan a sus habitaciones en hábitats de cristal para
observarlas horas eternas.
Los pájaros,
según sus especies, andan por todo el planeta revoloteando y haciendo sus
nidos. Algunos, como las palomas y los gorriones, sobrepoblan las ciudades y
son considerados plagas. Otros, apreciados por el canto o el plumaje, son aislados
en doradas jaulas que el humano lleva a su hogar por admiración y deleite.
Las ranas y los
sapos son útiles para la ciencia. Así también las ratas y ratones, pero solo
los blancos. Los grises son considerados por el humano seres despreciables,
excepto para los niños, que gustan coleccionarlos.
Los insectos, en su mayoría, suelen vivir en universos muy distantes de la visión humana; generalmente transcurren su ciclo vital sin hacer contacto, siempre y cuando no habiten sus casas. Las águilas sobrevuelan el mundo, casi por fuera de él, observándolo todo desde la distancia.
Apenas el Gran Espíritu hizo una pausa, continuaron los novatos, en un aluvión desenfrenado, manifestando sus deseos. Todos querían nacer como aquellos animales más apreciados por el Homo sapiens.
“Quiero ser hormiga, y pertenecer a un niño para aprender de él”. “Elijo ser rana, y colaborar en el desarrollo de la ciencia humana.” “Yo quiero ser una hermosa ave y venerar al hombre con mi canto.” …
Y así, cuando la
elección de las ánimas nuevas hubo concluido, llegó el turno de las más viejas,
aquellas que ya habían caminado por el planeta Tierra. Muchas pidieron nacer
como delfines, otras, como tigres y leones de la selva profunda. Unas quisieron
ser simios, otras, insectos raros y complejos, incluso no faltaron aquellas que
decidieron ser bacterias y organismos microscópicos de los más diversos.
Y algunas optaron
por nacer como águilas...
En el celestial salón predominaban los rugidos de las nuevas almas que se regocijaban con sus elecciones y, al escuchar las elecciones de las más viejas se compadecían, pensando que no tenían más remedio que aceptar nacer como animales inútiles para el ser humano, porque todas las vacantes más interesantes ya habían sido tomadas.
En el instante
del nacimiento, las ánimas de Animalia partieron al planeta Tierra. En un
sublime cerrar y abrir de ojos, las que habían elegido llegar como gallinas,
despertaron en un sucio y oscuro corral, hacinadas con un millón de congéneres
que se picoteaban las patas, enloquecidas por el encierro y la falta de
espacio. Otras, inmovilizadas en cubículos, con potentes lámparas sobre sus
cabezas, eran obligadas a poner huevos sin pausa.
Las vacas
nacieron en verdes extensiones de campo, y por un instante creyeron que eso era
el paraíso, hasta que vino el hombre y las arrancó de las tetas de sus madres,
separadas para siempre del calor maternal para ser encerrarlas en contenedores
repletos de muchas otras que mugían y lloraban entre el orín y la inmundicia,
como mercancía, de camino al puerto.
Muchos caballos
llegaron y vivieron su infancia en galpones, amarrados a las bridas, azotados,
cubiertos los ojos a ambos costados y enganchados sus cuerpos perpetuamente a
carros, perdiendo toda voluntad propia, unificados con la voluntad humana que
decidía si era quieto, izquierda, derecha o adelante, las únicas cuatro
acciones posibles.
Los cerdos
corrieron una suerte similar a la de las vacas, incluso más cruda, porque
nacieron en galpones cerrados donde no había espacio ni alimento. Pese a su
gran inteligencia, terminaban devorándose las colas entre ellos.
Muchos zorros,
colgados de sus patas traseras, perdieron la piel para satisfacer a los
humanos, perdiendo luego la vida que se deslizaba por el hocico, derramándose
en la tierra.
Así también, los
elefantes perdieron sus colmillos de marfil junto a la voluntad.
Las hormigas
consiguieron ser libres, aunque algunas, las más ingenuas, vivieron sus días
sin pisar nunca más la tierra, encerradas en las cajas de cristal de los niños.
Pronto, muy
pronto, las desgraciadas ánimas encarnadas recordaron sus elecciones y
escucharon aquellas palabras que había pronunciado el Gran espíritu, y que no
habían considerado importantes:
“No busquen en sus elecciones el aprecio ajeno. Tomen la
decisión en concordancia con el propio ser”.
Las nuevas ánimas
tarde entendieron que lo más valorado por los otros no es necesariamente lo que
nos da la felicidad. Luego de completar el ciclo vital, cuando retornaran a
Animalia, en la próxima reunión de nacimientos, elegirían con mayor sabiduría.
Se consolaron con
esa idea y aceptaron vivir la experiencia de la vida, por más cruda que esta
fuera.
Aquellas que pudieron hacerlo, alzaron esperanzadas la mirada a los cielos y vieron a las águilas experimentando la vida desde las alturas.
Sin embargo,
pasados eones de tiempo, algunas de estas ánimas, ya ancianas en experiencia,
anhelando un salto cuántico en la evolución de sus consciencias, volvieron a
elegir la cercanía del ser humano.
Habían aprendido que,
en medio de la adversidad, es donde nace la flor de loto.
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