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Animalia

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  El momento tan esperado había llegado en el universo de Animalia. La reunión de las almas de los animales que estaban por nacer en la Tierra había comenzado en el instante en que el espíritu más anciano de la naturaleza depositó su cetro de trueno en el centro del salón para anunciar que debía reinar el silencio entre las ánimas que lo rodeaban. Cada alma tenía permitido decidir, según el número de vacantes disponibles, qué animal encarnaría. Entre ellas, estaban las almas nuevas; esas chispas lumínicas recién salidas de la fuente, que nunca habían experimentado la vida en un cuerpo material. También estaban las almas más viejas, aquellas que ya tenían la experiencia de haber nacido en el reino animal del planeta Tierra.   A las almas nuevas se les otorgaba la prioridad de elegir qué animal deseaban encarnar, en base a la información que recibieran del Gran Espíritu. Estaba terminantemente prohibido que las almas más experimentadas comunicaran sus vivencias a las novatas, pues

Veinticinco de Agosto

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  Una vez un niño me preguntó por qué mi perro tiene un nombre tan raro. Para explicárselo, tuve que contarle la historia de cómo llegó a mí… Cierta tarde, hace ya setenta años, me encontraba a orillas del río tirando piedritas que caían en el agua causando ondas expansivas. Era mi pasatiempo preferido. Al llegar de la escuela, apuraba el vaso de leche, comía un bocado de pan y salía corriendo hacia el campo saltando entre juncos y cañas, atravesando el tajamar para llegar al río. Aquel atardecer ocurrió algo muy extraño. Cada vez que tiraba una piedra, haciendo salpicar el agua, oía el ladrido juguetón de un cachorro. Aunque no podía identificar con certeza de dónde provenía el sonido, me lo figuraba saltando enloquecido, moviendo su cola frenéticamente, intentando atrapar las piedras que yo lanzaba. Todas las tardes del mes de julio fui al río a jugar con mi amigo invisible. Mis padres no me permitían tener un perro. Decían que era demasiada responsabilidad para un niño de nuev